miércoles, diciembre 29, 2010

CURIOSIDADES DE LA VIEJA POLÌTICA E HISTORIA (VIII)

Desde Venezuela


CURIOSIDADES DE LA VIEJA POLÌTICA E HISTORIA



Nota: Estos dos artículos, el primero de 1986, el segundo de 1988, hablan de antigüedades. La primera de la manía de darle un diploma o placa a cualquiera, sólo porque no se hubiese muerto o asistido de vez en cuando al trabajo. Hablamos de unos niveles de exigencia muy precarios. La segunda, de las antenas parabólicas caseras, que estuvieron muy de moda y hasta le recordaban a uno, sin que sus dueños lo supiesen, aquel poema humorístico de Aquiles Nazoa, en el que en algún momento, la señora de casa, para sus adentros, decía a alguna de sus vecinas:
¿Qué le vas a tirar a mi nevera?
Pues la parabólica, era y es tan visible por su tamaño mismo, como la nevera colocada en un ángulo de la casa, en tiempos de puertas siempre abiertas, a los que se refiere Aquiles, para que cualquiera de la calle, sin ni siquiera fisgonear la viese.
Hasta Walter Martínez, aparece juzgado un poco extraño, pero así es la vida y uno no puede cambiar lo que ya pasó. ¡Feliz Navidad!


LAS PLACAS Y DIPLOMAS


ELIGIO DAMAS


Mi amiga lleva más de treinta años ejerciendo la docencia y pese a que obstinadamente ha hecho gestiones para que la jubilen, hasta ahora no ha podido lograr esa justísimo derecho. Como esta Semana del Educador le encontró todavía en circulación como bateador designado, en una institución escolar le entregaron un diploma por sus largos años de servicio.
Y este nuevo galardón, la semana que viene, después que se lo monten, le pongan vidrio y cañuela, irá a unirse a otros en una especie de frontón histórico. En él puede uno leer un curso completo de historia de la economía venezolana.
La forma de reconocer los méritos o ponerse en la buena con alguien en este país, según esa pared, ha variado siguiendo el mismo compás o ritmo de la afluencia de dólares y la capacidad de cubrir el gasto público.
La Venezuela post-gomecista, hasta finales de la década del sesenta, imbuida, todavía de esa sobriedad de una sociedad agraria y de un limpio y sutil espíritu romántico, tenía un amoroso y delicado apego a los reconocimientos en forma de pergaminos fingiendo ser papiros y delicadamente caligrafiados. El calígrafo era un escultor de la letra que gozaba de mucha reputación.
La pared de mi amiga tiene muchos de esos pergaminos.
Esa pared nos dice que, hasta el fluir de dólares en avalancha que se puso de moda al inicio de la década del setenta, se estilaba predominantemente reconocer méritos reales o con segundas intenciones exaltar vanidades, con un diploma barrocamente diseñado e impreso con letras de fantasía. Esta generación protestó con una cursilería mayor lo que calificó de cursi en la generación anterior. Es la época de oro de las imprentas en lo que a reconocimientos se refiere, pues homenajear es imprimir papel en letras doradas.
El dominio de la OPEP sobre el mercado y el control que ella impuso sobre los precios produjo un inesperado e indigerible ingreso. Con meticulosa exactitud, eso está reflejado en la pared de mi amiga. Y fue en ese momento cuando hizo su entrada rutilante, al mundo de los reconocimientos y a las formas de jalar, la placa. Estábamos ya en la era en que pensar en homenaje era pensar en las casas deportivas. Reconocer y jalar se volvieron entonces actos deportivos.
Es tan pedagógico y elocuente el frontón de mi amiga que, si usted pone atención y escruta en orden las placas allí exhibidas, podrá captarle el pulso al desarrollo de la crisis y la inflación. De un año a otro se encogen, varían de forma, simplifican sus letras, vienen en materiales más baratos.
De golpe, este año, después de una larga hilera de placas, para sorpresa suya, por no haberle hecho caso a su pared, mi amiga que debería estar jubilada hace años, recibió como en la década de los sesenta, un diploma de un muy cursi modelo barroco "en reconocimiento a sus años de servicio". Creyó en principio que, como en el Código de Hammurabi se previa bajar el salario al trabajador según avanzaba en edad, a ella también la estaban devaluando.
Pero es que como las placas están muy caras, se ha vuelto a apelar a aquella riqueza de utilería de los diplomas rococó en letras de fantasía.
¿Y las placas? ¿Qué será de ellas?
La tendencia es dual. Por agradecimiento se las seguirá usando como la forma primordial de reconocimiento cuando los reconocidos sean pocos. Si son muchos los reconocidos de primera, se les dará diplomas rococó. En el mismo acto, a los reconocidos de segunda y a aquellos que hayan hecho méritos, pequeños servicios personales y por informar con fidelidad, cuando sean muy pocos y sobre todo si es uno solo, placa. Fue esta la forma que adoptó la escuela de mi amiga.
Las placas tienden a desaparecer. Si tiene una cuídela, no la tire.

Columna Ayer y Hoy
Diario de Oriente.
Barcelona, 1º de enero de 1986.



PARABÓLICA DE MI VECINO


Eligio Damas



Hasta quien vive protestando todo ­ ya es maña vieja - viendo cursilerías donde otros gozan de encantamientos - siente en veces reprimidos deseos de comprarse una parabólica. Por fortuna, y no es un falso gesto de consuelo, eso "es mucho camisón pa’ Petra”. ¿De dónde saca uno, con un miserable sueldo de profesor de secundaria, para comprarse un aparato de esos? Y, por encima del refunfuñamiento que de costumbre nos embarga cuando enfrentamos manifestaciones del "American Way Life", más por lo costoso en dólares que por su inspiración norteña, pese a todo quisiéramos poder tenerlo en casa. Pues poseer una parabólica es también una respuesta muy filosófica del venezolano todavía con aliento en los tiempos que corren. Si es imposible para un devaluado clase media pasar las vacaciones en Miami, viendo ensimismado el cabriolar de las ballenas y la encantadora troupe de Walt Disney, pasear engondolado los canales venecianos y más pedestremente irse de juerga y de parranda a Aruba y Curazao, puede todavía, con un pequeño esfuerzo y por cómodas cuotas, montar en el techo de su casa, a riesgo que se le venga encima, una majestuosa parabólica. Y al revés de Mahoma, si no puede usted ir a la montaña, la trae a casa, "en vivo y en directo".
Y es mayor mi deseo de tener un artefacto de esos por dos poderosas razones. La primera de ellas la comparte casi todo "el país nacional", para usar sin rubor y remordimiento, gracias a las comillas, esa casi cursi e indigesta expresión aún de moda entre políticos. Y me refiero a la mediocridad general de la televisión venezolana, incluyendo las retransmisiones de algunos programas mayameros y el cable chicano, y al poco deseo de hablar que hoy domina a la mayoría de la gente.
Mi segunda, en principio muy empírica razón, fortalecida por la contundencia de las palabras de mi amigo, es la existencia de una parabólica en la urbanización.
En verdad, yo no tengo cultura electrónica, nada sé de esas vedettes regordetas, de hierro y cables que otean incansables el espacio. Pero preocupado por el esmirriamiento, la decoloración de la imagen, los saltos, las rayas, verticales y horizontales, y horrorizado de antemano por la cuenta de la reparación, consulté con mi amigo y vecino que "si sabe de eso porque es su especialidad” y él, que sufre del mismo mal, me respondió con sabio gesto de resignación, "la causa del entuerto es la parabólica de allí" y con la palabra usó el gesto; tendió la mano por encima del techo de la PTJ.
¡Menos mal! - dije yo - en la misma tónica de mi amigo; prefiero los males que me ocasiona la parabólica a llamar a un tele técnico. Y sentí como un relajamiento físico y mental.
Y está semana que pasó, corrió la voz entre vecinos que la bendita antena estaba enferma. Y Como para corroborar la hipótesis de mi amigo, mi televisor gozó de una salud perfecta. Esos días, para sorpresa y contentura mía, desconcierto de mi familia que sostenía "como un solo hombre", para decirlo en ese balurdo lenguaje sindical, que había que arreglarlo, trabajó de maravillas. Pudimos ver a Hunter "El Cazador” y Cagnei y Leci con nítida imagen, colores en su punto y sin brinquitos, "como debe ser".
No fue así la semana arriba; mientras el vecino de la parabólica pudo recibir en "vivo y en directo” y en lenguaje galo, el debate televisado entre Mitterrand y Chirac, en casa, por comunes, tuvimos que conformarnos con la versión en "pleno desarrollo” de ese prodigioso trapecista llamado Walter Martínez, cuyo parche unas veces se veía verde y otras blanco y en uno de los tantos saltos de la imagen, al suelo casi se le cae. Ese mismo comentarista que, de tanto piratear en sus análisis, supercopeyano en la línea de Arístides Calvani, en el gobierno de Herrera y neoadeco después, decidió para ponerse a tono, pegarse un parche sobre un ojo. Y esos días, la parabólica - que mi amigo ubica por encima del techo de la PTJ ­ y mi televisor, hicieron llave de espanto para el lucimiento del comentarista sureño; unas veces verde y otras blanco. Y todo el mundo que le vio de ese modo, en un país que se es adeco o copeyano, quedó feliz.
¡Viva el Consejo Supremo Electoral!
Y al final de esta semana, por el delirante entusiasmo qué despertó en mí la rebosante salud de mi televisor, fui presuroso a casa de mi amigo a darle la buena nueva.
¿Cómo está tu aparato? Pregunté casi gritando.
¡ Machete!, respondióme él, también con evidentes muestras de entusiasmo.

¿Cómo explicas tú, que sabes de electrónica, esta saludable manifestación?
­ La verdad ­ dijo mi amigo ­ desconozco las razones. No sé si se debe a razones de electrónica pura. Y es raro que algo se componga donde todo hacia lo malo va. Más me inclino a creer que es un espasmódico esfuerzo del Estado para entusiasmar a los nuevos votantes y brindarnos con brillo y todo lujo de detalles, el edificante debate electoral.

Diario de Oriente
Barcelona, 1988.

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