martes, marzo 23, 2010

UNA HISTORIA DE HURACANES

ENVIADO POR NR
PUBLICADO POR: Hector García Soto
Una historia de huracanes
Ciro Bianchi Ross • digital@juventudrebelde.cu

20 de Marzo del 2010 19:06:35 CDT

La información meteorológica es, desde hace bastante tiempo, cosa
cotidiana. Los partes del Instituto de Meteorología, o del
Observatorio Nacional, como todavía algunos nos empeñamos en decir,
dados a conocer a veces por sus propios especialistas, son cosa de
todos los días en la prensa impresa y también en la radio. Estos
boletines son asimismo una constante pi en el Noticiero Nacional de
Televisión. Ocurre con ellos como con aquellas cremas de queso de los
restaurantes de los años 60. En esa época podía faltar cualquier cosa
en un restaurante, pero la crema de queso como entrante aparecía de
manera invariable en la carta. Es una información que se intensifica
en caso de huracán u otro fenómeno meteorológico.

No siempre fue así, por supuesto. En una época en la que no había
radio ni TV y apenas teléfonos, solo los periódicos podían reproducir
el parte del tiempo y alertar a la población.

Más, con independencia de lo que podía hacer la prensa impresa, la
información más directa quedaba en manos del policía del barrio, que a
voces y a golpes de silbato anunciaba la proximidad del meteoro.

Todavía ocurría así en La Habana de comienzos del siglo XX. El policía
de a caballo, envuelto en su gran capa negra, iba deteniéndose en cada
esquina y, luego de hacer sonar su pito desaforadamente, gritaba:
¡Ciclón! ¡Ciclón! Entonces, el que tenía dinero para hacerlo salía
disparado para la ferretería a comprar puntillas con las que asegurar
puertas y ventanas y enseguida se iba a la bodega para agenciarse de
los víveres que le permitirían capear el temporal. Nadie se olvidaba
de las velas ni del alcohol para el reverbero ni del keroseno con que
alimentaría los faroles y los quinqués.

Lo malo de este aviso primitivo era que, en ocasiones, el huracán
tardaba en aparecer menos de lo que se esperaba, y el viento y el agua
ahogaban los gritos y los pitazos del uniformado y terminaban
arrastrando al mismo policía.

El eminente padre Viñes
Aseguran los especialistas que el primer parte o aviso que dio cuenta
de la proximidad de un huracán se emitió en La Habana, el 12 de
septiembre de 1875. Nunca antes había tenido lugar un hecho científico
de esa naturaleza aquí ni en ninguna otra parte del mundo.

Se trataba de un organismo que debía cruzar por las inmediaciones de
la ciudad y el parte pretendía no solo alertar a los habaneros, sino
además a la tripulación de las embarcaciones que navegaban por los
mares aledaños, ya que aquel documento no solo avisaba de la cercanía
del meteoro, sino que pronosticaba su trayectoria. Eso tampoco se
había hecho antes.

La nota en cuestión fue redactada en la tarde del día 11 y enviada a
los periódicos, que la publicaron al día siguiente, hecho que confirmó
su trascendencia.

Su autor fue el sacerdote Benito J. Viñes Martorell, el eminente padre
Viñes, de la Compañía de Jesús, director en ese entonces del
Observatorio del Colegio de Belén, un enorme edificio situado en la
calle Compostela esquina a Luz, en La Habana Vieja, que cuando dejó de
ser escuela fue ocupado durante años, y hasta después del triunfo de
la Revolución, por la Secretaría, luego Ministerio, de Gobernación
(Interior).

Se desconocen con exactitud los estragos que ocasionó el fenómeno que
incitó la redacción de aquel parte meteorológico, aunque se sabe que
llegó muy debilitado a las inmediaciones de La Habana. Muchos años
después, Mariano Gutiérrez Lanza, sacerdote jesuita que sustituyó a
Viñes al frente del Observatorio de Belén, diría de manera imprecisa:
«Los daños causados fueron muy grandes en toda la Isla, a excepción de
Pinar del Río, en campos, puertos y ciudades. Muchos edificios
derrumbados y destechados, muchos árboles corpulentos arrancados y
bastantes vidas perdidas…».

Viñes, que nació en Poboleda, Tarragona, región perteneciente a
Cataluña, el 19 de septiembre de 1837, llegó a Cuba en 1870 para
asumir su puesto en Belén. En su país natal y luego en Francia hizo
estudios de Meteorología y se le tenía por un hombre que de manera
permanente actualizaba su información sobre esos temas. Asombraba
además por su dominio de las Matemáticas, rama esta en la que superaba
ampliamente a sus compañeros de congregación.

El 9 de octubre de 1870, siete meses después de la llegada de Viñes a
La Habana, atravesó la parte occidental de la Isla el llamado huracán
de Matanzas, fenómeno terrible que ocasionó unos 700-800 muertos y
daños inenarrables a causa de las intensas lluvias asociadas, que
provocaron la inundación de esa ciudad y el desbordamiento de los ríos
San Juan y Yumurí, con su consiguiente reflujo.

Se asegura que la secuela de víctimas y destrozos que originó el
huracán de Matanzas impresionó vivamente al sacerdote, decidido a
partir de ahí a intensificar sus observaciones sobre fenómenos como
ese.

El padre Viñes procuraba estar en lo suyo tan al día como era dable en
la época. Para ello se valía del análisis de las reseñas que les
facilitaban los capitanes de los buques que arribaban al puerto de La
Habana, información que cruzaba luego con las observaciones que hacía
desde el Colegio. Tenía acceso además a la información que sobre el
estado del tiempo llegaba a la capital por vía telegráfica, con lo que
contaba con datos provenientes de Norteamérica y otras partes del
Caribe que enriquecían su carpeta de notas y apuntes. Desde la
Comandancia de la Marina española, en Oficios y Churruca, también en
La Habana Vieja, le remitían esa información pues desde 1867 Cuba
disponía, por medio de un cable submarino, de enlace internacional
para ese tipo de comunicaciones.

Sus pacientes y profundas investigaciones llevaron a Viñes a elaborar
unas leyes de circulación y traslación de los ciclones, con las que
dejó de existir el enigma en que aparecía envuelto el fenómeno y se
hizo posible predecir con bastante antelación la forma que el huracán
tomaría en su recorrido y su velocidad.

Sus trabajos fueron reconocidos y premiados en exposiciones y
congresos de Filadelfia, Bruselas, París y Barcelona. Con todo, su
obra más significativa es Apuntes relativos a los huracanes de las
Antillas. Tal parece que esperaba poner el punto final en ese libro
para morir. La última cuartilla la escribió el viernes 21 de julio de
1893. Así lo anunciaba en una carta que al día siguiente despachó para
el presidente del Congreso Meteorológico Internacional que se
celebraría en Chicago. Falleció el domingo 23.

Viñes, que pasó en Cuba 23 de los 56 años que vivió, merece que su
nombre se una a los de quienes fundaron las bases de la tradición
meteorológica cubana, universalmente reconocida.

El más brutal
En Cuba se suele calificar de «viento platanero» a aquellos ciclones
de poca intensidad, mientras que los más intensos reciben el
calificativo de brutales. El más brutal fue el de Santa Cruz del Sur,
en noviembre de 1932. Causó alrededor de 3 500 muertos, casi todos
víctimas de la marea de tormenta o ras de mar que destruyó dicho
poblado. Le sigue, en atención al número de víctimas y destrozos en la
porción oriental de la Isla, el ciclón Flora, con unos 2 000 muertos.

Aunque las cifras no son siempre confiables, son varios los meteoros
que dejaron entre 100 y 800 víctimas fatales como saldo. Se aludió ya
al huracán de Matanzas, llamado también de San Marcos. La tormenta
conocida como de San Francisco de Asís, en octubre de 1844, ocasionó
más de cien muertos y una cifra similar causaba, justo dos años
después, la tormenta de San Francisco de Borja, que se abalanzó sobre
La Habana. También más de cien muertos dejó a su paso por el occidente
del país el ciclón de los cinco días, en octubre de 1910.

Esa cifra subiría a 650 en el huracán del 20 de octubre de 1926, el
llamado ciclón del 26. Atravesó la Isla de Pinos, entró por el
Surgidero de Batabanó, pasó por Melena del Sur y siguió su marcha por
Quivicán, Managua, Santa María del Rosario… hasta que finalmente salió
por la costa norte, cerca de Bacuranao. Sus efectos se hicieron sentir
en Pinar del Río, Matanzas y Las Villas. Aunque se dice que los
vientos alcanzaron los 250 kilómetros por hora al abalanzarse el
ciclón sobre La Habana, jamás se logrará saber ya cuál fue su
intensidad real, pues los anemómetros o equipos para medir la fuerza
de las ráfagas fueron destruidos por el mismo meteoro. Castigó a la
capital durante diez horas. Dañó unos 5 000 edificios, derribó 120 000
árboles y hundió 300 embarcaciones. Las pérdidas superaron los 100
millones de pesos.

Durante el ciclón de 1944 fueron más de 300 los muertos en La Habana y
la Isla de Pinos. Castigó a La Habana durante más de 14 horas con
vientos de 260 kilómetros. Venga ahora una curiosidad histórica.

¡Solavaya!
Grau San Martín tomó posesión el 10 de octubre de 1944. Ocho días
después un violento huracán azotaba la Isla y ocasionaba estragos,
desolación y muerte en La Habana (incluida la Isla de Pinos), Pinar
del Río y Matanzas. Dejaba un saldo de 16 muertos, centenares de
lesionados y pérdidas por varios millones de pesos. El 5 de octubre de
1948, cinco días antes de que abandonara el poder, otro huracán
penetraba en las provincias occidentales. Los derrumbes ocasionaron 12
muertos y 400 heridos. El mar volvía a castigar duro al Surgidero de
Batabanó.

Refiere el historiador Eduardo Vázquez, en su libro El gobierno de la
kubanidad, que con el fin de hacer frente a la catástrofe, sobre todo
en las tareas de evacuación, hubo una verdadera movilización popular.
Jóvenes y mujeres que militaban en el Partido Auténtico y militantes
del Partido Socialista Popular se convirtieron en socorristas y con su
humana labor contribuyeron a salvar muchas vidas y aminorar las
pérdidas materiales. En tal empeño contribuyó asimismo Eduardo Chibás
que, tocado con un casco de bombero, se lanzó a la calle a recorrer
los barrios de la ciudad, lo que constituyó un estímulo tanto para los
damnificados como para los socorristas, y un ejemplo insólito en un
senador de la República. Ante una calamidad que conmocionó a toda la
sociedad cubana, el país ofreció una muestra de unidad nacional de
inestimable valor para aliviar los sufrimientos y las necesidades de
decenas de miles de damnificados y el Gobierno dictó medidas eficaces
para la recuperación. Grau, por supuesto, capitalizó el esfuerzo
colectivo; aun así Vázquez reconoce que el papel del mandatario fue
relevante.

Chibás, distanciado ya del Partido Auténtico y de su «Mesías», decía
en un comentario radial de octubre del 48: «Grau llegó con un ciclón y
se fue con otro. ¡Solavaya!».

-- Ciro Bianchi Ross
ciro@jrebelde.cip.cu
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