miércoles, julio 08, 2009

ENTRE EL "HOME Y EL DOGOUT" PIERDEN LA VOZ

Desde Venezuela


ENTRE EL “HOME Y EL DOGOUT” PIERDEN LA VOZ


Criticando por criticar.


ELIGIO DAMAS



Demás esta decir que en lo escrito hay mucho de ficción. Es una advertencia innecesaria. Pero es así, no todo tiene que ver con la realidad; sus personajes, no “se han tomado de la vida misma”, como se decía de las novelas de Félix B. Caignet y menos de las historias de Pedro Camacho, el narrador de “La Tía Julia y el Escribidor”, de Mario Vargas Llosa. De parecerse en todo a algo real “es pura coincidencia”.
El texto anterior, destinado a evitarse malos entendidos y cualquier tipo de complicación, parecido al que acostumbran insertar en las películas, no obstante es un desahogo, por cosas que uno ha venido viendo a lo largo de la vida, desde el momento que el hombre bajó de las ramas de los árboles y descubrió que era muy divertido lanzarles piedras. Y es bueno para recordar como en todas partes se cuecen habas. Proletarios y burgueses, pese las diferencias en el repartimiento, en veces, suelen compartir algunos males. Por algo son humanos y la historia de la sociedad les condenó vivir juntos mucho tiempo, en unos casos amándose y otros engrinchados. Los malos hábitos tienen la extraña conducta de pegarse rápido, fácil y por mucho tiempo. Porque, en lo aquí contado, las mañas si son reales.
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I

Roberta es una gran muchacha. Está llena de sanos deseos. Por eso aborda la política con la mejor buena fe y con la firme convicción que en sus manos está la solución de muchos problemas. Sus ideas que parecen gravadas en piedra y alto relieve, no son muchas; pero le hacen creer que todo el complejo de cosas que afectan nuestra sociedad se resuelve con su dinamismo e intención de servir con pulcritud y desinterés. No es abundante el talento que le adorna y es poca la cultura que ha acopiado, pese a que carga una bolsista de palabras pulidas y lugares comunes. Hizo suyo el eslogan que lo importante es la acción, la práctica. Dice, como quien entona un estribillo, que sin práctica, la teoría anda turulata. Pero como ella no puede combinarlas, se excede y embriaga con el único condimento a su alcance. Son cosas de la edad y de la disciplina. Está segura que es un poco como jugar a la pelota, estar pendiente de lo que se cocine en el “dogout”. Otra cosa es perder el tiempo y convertirse en alguien propenso a delirar y botar la pelota.
Su equipo militante, una gorra, pito y bandera, siempre le tiene a mano; de modo que nada improvisado la sorprende. Basta con la seña.
Últimamente, cada vez que vienen elecciones para algo quiere estar allí. Como los futbolistas, dice que hay que meter piernas y hasta codazos, cual si fuese Sandy Saddler, el otrora súper campeón de los pesos plumas, para que nadie y menos los “oportunistas” le saquen del juego. Está convencida que los organismos a constituirse cojos estarían y hasta desorientados, si ella en ellos no hace acto de presencia, para coger la seña y difundirla. Y eso le ha ganado gran reputación y confianza entre los del cuerpo técnico.
Ella no puede decir con propiedad, como decían algunos revolucionarios de antaño, esto es un asunto sólo de echarle bolas, pero no deja de pensarlo pese a que lo diga de otra forma.
II
Rodulfo, forma parte de los adelantados. Cuando la corona creó la Capitanía General de Venezuela, ya estaba instalado en una hacienda de sábila por los lados de Uchire. Esa es su mayor gloria. La ventaja suya está en la edad y sólo en haber llegado entre los primeros.
La sociedad que crece y se complica cada día se le ha vuelto indescifrable. Muchas veces los negocios marchan mal y la cosa se agrava porque aun no ha podido descifrar las mañas mercantiles. Las pocas ideas que de la península trajo, envueltas en el simple código, “esos indios son una pila de pendejos y quienes más tarde lleguen que se coman las verdes”, le impiden ver las cosas como son. Nada sabe que habrá de hacerse y menos cómo, pero también aspira estar como Roberta, en donde se reparten las señas, entre el “home y el dogout”. La hacienda y quienes en ella queden que se arreglen como puedan. Para él también la cosa es simple; basta con estar atento y pelar el ojo, justo para ver cuando los adelantados mayores apunten al cielo. Bajarán ángeles y dioses del Olimpo a prodigar de riquezas a quienes en la pobreza viven o quienes como él, aspiran aumentar con facilidad sus haberes. Nuestras tierras sedientas se llenarán de espigas, entonces yo y mis correligionarios de la sola cepa, cantaremos a coro el Aleluya. Por lo menos así piensa el nada iluso de Rodulfo. Duda no le cabe que debe estar entre los primeros; por algo es un adelantado. Y es verdad, tiene sus amigos, hasta sagrados compromisos y convenios. Y al carajo los demás, ¿acaso los de esta cuerda no somos astillas del mismo palo?
Roberta y Rodulfo, cuando se ven en los espacios que ambos comparten en los frecuentes ratos de tertulia forzada, en pocas cosas logran ponerse de acuerdo. Para lo que hay que ver con un solo ojo basta; con uno que piense y nos haga la seña es suficiente; la inteligencia y la cultura, piensan los dos, en política no son buenas consejeras. Por ellas, se suele tomar caminos distintos a los que hábitos, comodidades y sentido común, recomiendan transitar. Y eso, pese a aquello de Antonio Machado, “caminante no hay camino, se hace camino al andar”, no es frecuente que agrade a quienes no sólo hacen carreteras sino les llenan de señales.
Como los montoneros del siglo diecinueve, Roberta y Rodulfo, que ocupan trincheras diferentes, por lo bajo dicen con firmeza, ¡viva el ganado, abajo la inteligencia!
¿Cómo seria la cosa sin Roberta y Rodulfo?

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