lunes, mayo 18, 2009

TEODORO PETKOFF, "TAL CUAL" EL GALLO DE MORÓN

Desde Venezuela


TEODORO PETKOFF, “TAL CUAL” EL GALLO DE MORÓN


Como Betancourt, Mayobre y otros, pasó por el altar del perdón

ELIGIO DAMAS





Durante años machucaron el estribillo. Muchos, que siempre fueron desconfiados y predispuestos a no creerles, terminaron bajeados por el vaho discursivo y de encargo de Teodoro. Y pese a que la vieja Ley del Trabajo de Caldera, era la pesada piedra a la cual atada estaba la vejez de mucha gente, optaron por aceptar se le modificase porque, según los entendidos, era la variable fundamental que impedía el crecimiento económico y que los panes se multiplicasen. Los del IESA, que sin duda se las saben todas, aseguraron, con sus bolas de cristal entre las manos – ¡así de grandes las tienen!-, que modificar la Ley y establecer un nuevo cálculo de las prestaciones sociales de los trabajadores, significaría un salto espectacular en la vida de Venezuela. Bonanza, paz, empleo y aumento inusitado de la producción, eran las consecuencias que nos esperaban. La democracia representativa gozaría de buena salud de allí a la eternidad y haríamos del “capitalismo salvaje”, según el calificativo que en su oportunidad le dio el Papa, un joven moderno y buenazo. Es decir, descubrieron los nuevos apóstoles, y entre ellos Teodoro, que las luchas de obreros por una mejor distribución de la riqueza que ellos producían, eran las causantes de la decadencia.
Aquella anacrónica disposición laboral, según el sonsonete de los oráculos de la economía, domadores de dinosaurios, era un dique que contenía todo el deseo de invertir, crear y generar riquezas que caracterizaban al empresariado criollo y las trasnacionales. Y en manos de éstos, representados en Fedecámaras y otras tantas asociaciones como esa, estaba el porvenir y la bonanza y que, los trabajadores venezolanos con sus reivindicaciones y aspiraciones exageradas, entorpecían el camino.
¡Y entró en escena Teodoro! Asumió aquel discurso y contribuyó a que, hasta los asalariados pensasen que, en gran medida, culpables eran de aquella peste que a Venezuela asolaba. Fue un plan bien estudiado, extrajeron del seno de las organizaciones y fuerzas populares un converso para que avalase y diese imagen a aquel paquete chileno. Ellos, empresarios, políticos miembros de los partidos del status, estaban incapacitados para jugar ese rol. Y a los conversos, provenientes del movimiento popular, la oligarquía, las clases dominantes, no les aceptan fácilmente y le exigen grandes muestras de arrepentimiento. Bastaría con citar sólo tres casos emblemáticos de la historia moderna de Venezuela: Rómulo Betancourt, José Antonio Mayobre y Teodoro Petkoff.
Los magnates de las mordidas, de los negocios fáciles y de los créditos blandos de la Venezuela Saudita, como los viejos políticos y la malévola clase sindical, no sumaban los puntos necesarios para solicitarle al trabajador aquel esfuerzo. Tampoco los técnicos, cuyas letanías sonaban a lección de ultratumba o de aulas olorosas a colonia y a mobiliario nuevo. Los disturbios y alzamientos contra Pérez, exigían un nuevo protagonismo. Y en esto llegó Teodoro y mandó a parar. ¡Basta ya que los trabajadores exploten a los creadores de riqueza! ¡No podemos permitir que una clase parasitaria se coma los recursos del país y de paso inhiba el deseo de invertir y las locas ganas de producir del sector empresarial!
De repente, como por un acto de magia, Teodoro dejó atrás sus implementos de viejo guerrillero, su maniática conducta de citar a Marx y especialmente a “El Capital”, por cuanto asunto se tratase y sin que las citas en veces nada tuviesen que ver con lo que al ojo tenía puesto y sin encontrar la forma de acomodar aquellas en éste, se lanzó por la calle del medio, se desnudó y se cubrió con otro ropaje, para definitivamente convertirse en aliado y aspirante a dirigente de las clases que antes creyó combatir. Aquello de “Proletarios de todos los países uníos”, que tanto predicó, la tradujo a “trabajadores de Venezuela, únanse a la audaz y progresista clase empresarial de este país que afiliada a Fedecámaras está”.
Y se echó al pico pues las prestaciones de los trabajadores; pero el milagro que anunció nunca se produjo. Al contrario la economía continuó deteriorándose, se desató la corrida vergonzosa de los banqueros -¡prominentes figuras y “dignos” depositarios de la moral del sistema!-, las ansiadas cuantiosas inversiones no se produjeron y aquel milagro que multiplicaría el salario de los trabajadores, no se dio. Furtivamente se llevaron, con la alcahuetería del gobierno, las divisas extranjeras que configuraban las reservas internacionales. El renovado prestigio de Caldera y el decadente del Puntofijismo todo, se derrumbaron como castillos de naipes, tanto que Chávez le ganó las elecciones a toda la derecha que se atrincheró tras la candidatura de Salas Römer.
Si nuestra memoria no nos traiciona, nunca antes AD y COPEI, habían aparecido amancebados en una misma fórmula electoral presidencial. Lo que muestra el nivel del deterioro al que habían llegado después del caracazo y los alzamientos militares del 92, encabezados por Chávez y Gruber Odreman y finalmente, los planes de Teodoro, el IESA, Caldera y su “Carta de Intención”.
A Teodoro Pekoff Malev, el legendario escapista de las cárceles adecas, lo atrajo el canto cibernético de sus antiguos adversarios. Modificar la Ley, prestando para ello, su ya desleído prestigio guerrillero y fama de que ¡con los ricos ni de vaina!, lo llevaría a Miraflores sobre los hombros de camisas abiertas y levitas.
Y, llegado el momento de cobrar su factura, el exguerrillero no contó con la solidaridad de las clases que ayudó a acumular más riquezas, saltando la talanquera, estafando a los trabajadores, pues aquellas, llegado el momento de escoger, optaron por la candidatura de Manuel Rosales para enfrentarla a Chávez.
Teodoro hoy solo se encuentra. En las cárceles de antaño y en la incomodidad de una concha clandestina, gozó de afectuosa y fraternal compañía. Pese a que él, como para consolarse, diga que si bien está “Tal Cual”, el gallo de Morón, sin plumas y cacareando, “goza del respeto de los empresarios”. Pero estos le miran de reojo; junto a él, cuidándose que se percate, se hacen señas y signos cabalísticos.

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