viernes, mayo 02, 2008

LOS MARTIRES DE CHICAGO

CONTINUACION

En romeria van los abogados de la defensa, los diputados de los gremios
obreros, las madres, esposas y hermanas de los reos, a implorar por su
vida, en recepcion interrumpida por los sollozos ante el gobernador.
Alli, en la hora real, se vio el vacio de la elocuencia retorica, frases
ante la muerte...Señor, dice un obrero, ¿ Condenaras a siete anarquistas
a morir porque un anarquista lanzo una bomba contra la policia, cuando los
tribunales no han querido condenar a la policia de Pinkerton porque uno de
sus soldados mato sin provocacion de un tiro a un niño obrero.
Al fin del corredor se levantaba el cadalso...Oh, las cuerdas son buenas,
ya las probo el alcaide...El verdugo halara, escondido en la garita del
fondo, de la cuerda que sujeta el pestillo de la trampa.
En el aire espeso y humedo chisporrotean, cocean, bloquean las luces electicas.
Inmovil sobre la baranda de las celdas, mira el cadalso un gato...cuando de
pronto una melodiosa voz, llena de fuerza y sentido, la voz de uno de estos
hombres a quienes se supone fieras humanas, tremula primero, vibrante enseguida,
pura luego y serena, resono en la celda de Engel, que, arrebatado por el
extasis, recitaba ¨El Tejedor¨ de Henry Keine, como ofreciendo al cielo el
espiritu, con los dos brazos en alto:

Con ojos secos, lugubres y ardientes, Corre, corre sin miedo, tela mia,
Rechinando los dientes, Corre bien noche y dia
Se sienta en su telar el tejedor, Tierra maldita, tierra sin honor
Germania vieja, tu capuz surcimos, Con mano firme tu capuz surcimos,
Tres maldiciones en la tela urdimos; Tres veces, tres, la maldicion urdimos
Adelante, adelante el tejedor. Adelante, adelante el tejedor.

Y rompiendo en sollozos, se dejo Engel caer sentado en su litera, hundiendo
en las palmas el rostro envejecido. Muda lo habia escuchado la carcel entera.
Spies a medio sentar. Parsons de pie en su celda, con los brazos abiertos,
como el que va a emprender el vuelo. Fischer, vistiendose sin prisa las ropas
que se quito al empezar la noche, para descansar mejor.
Llenaba de fuego el sol las celdas de tres de los reos, que rodeados de
lobregos muros parecian, como el biblico, vivos en medio de las llamas, cuando
el ruido improviso, los pasos rapidos, el cuchicheo ominoso, el alcaide y los
carceleros que aparecen a sus rejas, el color de sangre que sin causa visible
enciende la atmosfera, les anuncian, lo que oyen sin inmutarse, que es aquella
la hora. Salen de sus celdas al pasadizo angosto.¿ Bien ? Bien, se dan la mano,
sonrien, crecen...Vamos.
Les leen la sentencia a cada uno en su celda; les sujetan las manos por la
espalda con esposas plateadas; les ciñen los brazos al cuerpo con una faja de
cuero, les echan por sobre la cabeza, como la tunica de los catecumenos
cristianos, una mortaja blanca. Abajo la concurrencia sentada en hileras de
sillas delante del cadalso como en un teatro...Ya vienen por el pasadizo de
las celdas, a cuyo remate se levanta la horca; delante va el alcaide, livido,
al lado de cada reo, marcha un corchete. Spies va a paso firme, Fischer le
sigue, robusto y poderoso. Engel anda detras a la manera de quien va a una
cas amiga, sacudiendose el sayon incomodo con los talones. Parsons, como si
tuviese miedo a no morir, fiero, determinado, cierra la procesion a paso vivo.
Acaba el corredor, y ponen el pie en la trampa: las cuerdas colgantes, las
cabezas erizadas, las cuatro mortajas. Plegaria en el rostro de Spies, el de
Fischer, firmeza; el de Parsons, orgullo radioso; a Engel, que hace reir con
un chiste a un corchete, se le ha hundido la cabeza en la espalda.
Y resuena la voz de Spies, mientras estan cubriendo las cabezas de sus
compañeros, con un acento que a los que lo oyen les entra en las carnes:
´´La voz que vais a sofocar sera mas poderosa en lo futuro, que cuantas
palabras pudiera yo decir ahora¨´
Continuara.

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