sábado, abril 26, 2008

MADARIAGA, A PROPÒSITO DE LOS SALTOS DE TALANQUERA

MADARIAGA, A PROPÒSITO DE LOS SALTOS DE TALANQUERA

Eligio Damas

¿Quién que pasó por la escuela primaria no tiene viva la imagen del cura colocado a espaldas del Capitán General Vicente Emparan, aquel confuso 19 de abril de 1810, haciéndole señas a la multitud congregada bajo el balcón del Cabildo caraqueño, para que dijese no, cuando el alto funcionario colonial se dirigía a ella?
Y lo que se cuenta después, revela que antes como ahora, quienes aparecen en un momento determinado acompañados, mañana pueden estar enfrentados. Porque la vida transcurre de esa manera. Las contradicciones están entre nosotros y nos mueven; también a la sociedad y al mundo. Por ello uno debe asumir las circunstancias con conciencia, estar preparado para los sobresaltos y tomar posición conforme indica el derrotero que conduce al progreso social, por encima de los idealismos, ideas fijas, simpatías personales. En veces, posiciones llenas de buena fe, honestísimas, estimuladas por una gran sensibilidad social y deseo de hacer bien, resultan contraproducentes para resolver contradicciones específicas y fundamentales. Por eso, las vidas de José Cortés Madariaga, Piar y de muchos que nunca dejaron de ser revolucionarios, pero si pudieron ser piedras colocadas sobre un durmiente para descarrilar el tren, sirven para comprender que no siempre la buena fe y mejores deseos, son suficientes para hacer avanzar la sociedad.
Aquel sacerdote chileno, José Cortés Madariaga, que ofreció la misa de jueves santos, del 5 de julio de 1810, hizo salir del poder y de la sala del Cabildo caraqueño a la máxima autoridad de la Venezuela colonial; y de la misma forma imprevista y fortuita, apareció de diputado en aquella asamblea de asombrados ciudadanos que creó la Junta Suprema de Caracas, turbulentamente como contribuyó a crear el primer gobierno autónomo de Venezuela, vivió toda su vida. Y fue, no hay la menor duda de ello, un terco y coherente defensor de sus principios. Pero, pese a todo eso, no supo orientarse adecuadamente y se perdió entre las confusiones provocadas por las tormentas.
Para 1815, él, Roscio y Paz Castillo, estuvieron detenidos en Ceuta, población del norte de África, donde las autoridades españolas dominaban y mantenían un presidio. Llegó allí bajo la calificación de “muy peligroso e importante”, remitido por el general realista Domingo Monteverde.
En agosto de ese mismo año, el Libertador se dirigió al editor de “The Royal Gazette”, de Kingston, Jamaica, para entre otras cosas denunciar que a ese grupo antes mencionado, las autoridades españolas habían aplicado secretamente la pena de muerte. Pero la información resultó felizmente falsa y al año siguiente, el sacerdote chileno se hallaba en aquella isla antillana, después de muchas peripecias, que comenzaron con una fuga espectacular de la prisión de Ceuta.
A fines de este último año, Bolívar se dirige a Cortés Madariaga desde Puerto Príncipe, en vísperas de la aventura que le conducirá a Juan Griego, Barcelona y luego a Angostura y le dice, “yo parto con la esperanza de ver a Ud. muy pronto en el seno de la patria…”.
Cortés vino, pero no a cooperar en los términos que aspiraba Bolívar. El revoltoso canónigo que vio nacer la primera república y de la cual fue uno de sus creadores, siguió fiel a ella y su definición de federal, que ya en 1812, en el “Manifiesto de Cartagena”, Bolívar consideró inapropiada e improcedente dentro de las circunstancias de la guerra.
Por esa “fidelidad” o incomprensión del proceso histórico, Cortés Madariaga, en mayo de 1817, promovió el llamado “Congresillo de Cariaco”, el cual acordó el régimen federal y sirvió para que Mariño, con prontitud, constituyese un gobierno provincial con sus tres poderes nuevos y relucientes.
“Ha durado tanto como casabe en caldo caliente”, dijo Bolívar al federalista Martín Tovar Ponte, refiriéndose al régimen nacido del evento de Cariaco y agregó, para explicar el refrán, que el gobierno restablecido por el canónigo se deshizo sin que nadie lo atacase.
“El canónigo se ha marchado solo a Jamaica”, comunicó en junio de 1817 el Libertador al general Piar; fue como una advertencia al héroe de San Félix. En aquel momento las relaciones entre ambos eran sumamente tensas y delicadas.
Y parece casual, por así decirlo, que fuese al mismo Manuel Sedeño, compañero de las triunfales correrías militares de Piar por Guayana en el año 16 y, quien en el 17 lo detuviese por orden superior, a quien se le encomiende apresar a Cortés Madariaga en caso que, procedente del exterior, imprudentemente se presentase en Angostura.
Era que el cura chileno en el exterior había insistido con su prédica federalista y propaganda contra las ideas centralistas de Bolívar.
Y por aquella contradicción en la apreciación y concepción del Estado, federalismo contra centralismo, nacida con la república misma, patriotas consagrados a la lucha por la libertad y la independencia, se miraron con excesivo celo y en veces hasta con odio. Pese a que se trataba de una diferencia que estaba todavía por debajo de la contradicción fundamental representada entre las fuerzas de la independencia, en la cual militaban federalistas y centralistas, Bolívar y Madariaga, y las del coloniaje. Y hasta más allá de la mitad del siglo XIX llegaría la disputa, de la cual Cortés Madariaga y Piar resultaron inútilmente víctimas.
Allá en río Hacha, en 1826, perdió la vida el inquieto cura; el del famoso dedo que tanto nos impactó en la escuela.
En la lucha social, como en el balompié, los revolucionarios que suelen adelantarse, se les sanciona y lamentablemente quedan fuera de juego. Aprendamos la lección.

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