sábado, noviembre 17, 2007

Cuba: La Llave de un Mundo Nuevo

Cuba: La Llave de un Mundo Nuevo
Por Yndamiro Restano

Cuba siempre ha sido la Llave de un Mundo Nuevo. Allá lejos, en los siglos XVI y XVII no se podia llegar al Nuevo Mundo físico sin llegar a Cuba. Así lo hacían los buques de la flota organizada por el monarca Felipe II. Por supuesto, en aquellos tiempos los que pasaban por Cuba iban en busca del oro y la plata de Nuestra América. Salvo meritorias excepciones, se abastecian en Cuba los ignorantes de siempre: aquellos que viven obsesionados por el oro y el poder. Esos mismos que se reeditan de tiempo en tiempo; de generación en generación como tambíen lo hacen los santos y los revolucionarios liberadores e incluso, los indiferentes. Pero realmente, en Cuba quedaban pocos de los nuevos habitantes del Nuevo Mundo. La mayoría seguía rumbo sur o norte en busca de la tierra prometida, donde todo era de oro y donde encontrarían la felicidad. Por supuesto, la realidad se imponía y como el oro no estaba a la vista esclavizaron a los indios en los lavaderos del metal precioso. Finalmente, cuando el oro los encegueció y los dobló bajo su peso; se percataron que eran unos infelices llenos de oro y atormentados por su conciencia. No podían ser felices porque vivían en la ira para tapar con la violencia su estruendoso fracaso espiritual. Cuando nuestra condición humana se siente asfixiada por la sangre y la brutalidad; el Ser se queda mudo y se olvida del cuerpo que no entiende el misterio del universo. Y ahí queda el bruto violento, en un cuerpo que será devastado. Aunque eso no lo sabían o no lo recordaban los asesinos y ladrones eufemisticamente llamados conquistadores, que pasaban por Cuba. Por eso, esclavizaron a nuestros antepasados, que los recibieron con las manos llenas de frutas y de caracolas. Los ignorantes obsedidos por el materialismo barato no han leído los libros antiguos de los sabios ni los entienden porque están bloqueados.
Desde luego al exterminar a los indios mataban también su cultura. Entonces, la iglesía se encargó de traer al Nuevo Mundo la cultura de la metrópolis. Monopolio, esclavitud e intolerancia se unieron en un haz. Por detrás, de los esclavos torturados sonreía Aristóteles. Al fin y al cabo, eran instrumentos parlantes. Muchos años después, José de la Luz y Caballero diría con toda la pasión de los profetas bíblicos, que era preferible que se precipitaran los astros del cielo sobre el mundo antes de ver caer del corazón de los hombres el sentimiento de justicia: ese sol del mundo moral. Más de un siglo después, Fidel Castro expresó que era preferible no vivir antes que vivir en la mentira. Precisamente porque sin la luz del mundo moral solo quedan las tinieblas de la mentira.
Pues bien hoy Cuba sigue siendo la Llave de un Nuevo Mundo. Pero esta vez, no es la escala necesaria para los asesinos que vienen con el oleaje y los vientos amenazantes. En este instante, van a Cuba los que aman y sueñan con un mundo de justicia social que es perfectamente posible. Hay que ir a Cuba para encarar el socialismo del siglo XXI y también, a Venezuela y a Nicaragua y a Bolivia y a Ecuador. Es un privilegio vivir o participar o ayudar a este proceso que tiene lugar en Nuestra América. Cuba es independiente y resistió; ahora en cumplimiento de la profecía martiana, construiremos un mundo justo y por tanto verdaderamente libre. Cuba sigue siendo la Llave. Aunque esta vez no es la Llave de un frío palacio de oro sino la del amor. Así lo ha querido la poesía. Así lo quiso el Apóstol que descifró nuestro destino en sus Versos Libres. Bolivar no aró en el mar.
Bolivar y Martí. El primero, un hombre de la Ilustración; fundador de naciones; un pensador y un guerrero poseído por una misión libertadora. El segundo; el Apóstol que hacía vibrar a la mar y alegraba los árboles. El Apóstol que pudo creer cuando todo el mundo estaba perdido. El Apóstol que no olvidó a Bolivar y al llegar a Caracas, antes de quitarse el polvo del camino, fue a meditar ante la imagen viva del gigante de Los Andes. Tiempo después, nuestro Apóstol regresó a la patria en un bote. Iba contento, muy contento, nunca había sido tan feliz: Iba con su levita negra y su rostro luminoso. Su credo quedó vivo para siempre, donde se encuentran las aguas vehementes del Cauto y del Contramaestre. Mucho más allá del tiempo y del espacio, donde el héroe libertador se vuelve un inexorable compromiso.

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