lunes, octubre 22, 2007

¿ADONDE HAN IDO A PARAR TODOS LOS LIDERES?

¿Adonde han ido a parar todos los líderes?
POR: LEE LACOCCA

Editora Scribner, 2007

“¿Podemos hablar?”·

Hablando sobre eso. Ojalá hubiera alguien que me pudiera explicar porqué continuamos llevando a cabo una Guerra Fría con Cuba.

JFK rompió relaciones y estableció el embargo comercial contra Cuba en 1961, en un momento en el que las colaboraciones de Fidel Castro con la Unión Soviética significaban una amenaza verdadera a nuestras costas. ¿Pero habrá alguien que honestamente crea que Cuba representa algún tipo de amenaza en el 2007? Si es que ya la Unión Soviética ni tan siquiera existe. Y comerciamos con China - y la última vez que miré, los comunistas seguían al frente de esa nación.

En el último año de la administración Clinton parecía como si ya fuéramos a detener el juego de espadachines. El Congreso aprobó el acta sobre Reforma de Sanciones de comercio y de ampliación de exportaciones en el 2000. Dicha ley abrió una rendija en la puerta para el comercio unilateral y limitado. Desde entonces Cuba ha adquirido más de medio billón de dólares en bienes - desde ganado de Vermont y arroz de la Louisiana hasta manzanas del estado de Washington. Pero estamos imposibilitados de adquirir tabacos de la Habana, y eso realmente me molesta de mala manera.

Pero la administración Bush ha intentado echar para atrás el tiempo. ¿Por qué? ¿Es porque Castro es un comunista diabólico? Por favor - pongamos los pies sobre la tierra. El motivo por el cual no hemos abierto nuestras puertas hacia Cuba es porque la pandilla anti Castrista de Miami ha tenido secuestrado el voto del Estado de la Florida durante los últimos 40 años. Y han secuestrado a los funcionarios políticos de la Florida también - incluyendo al hermano del presidente quien le debe sus dos mandatos como gobernador a los antiguos batistianos en el exilio. Viven para el día en el que sus riquezas y su poderío vuelvan a restaurarse en Cuba, y a los políticos que le hacen el juego a ese sueño suele irles bien en la Florida.

La retórica anticubana resulta más ridícula cada año. Lo correcto - lo moralmente correcto - es comenzar con conversaciones. Cualquiera diría que a estas alturas ya hubiéramos aprendido que la exclusión de la oportunidad no fomenta la democracia.

Hace unos trece años, me pidieron que acompañara a dos empresarios franceses en un viaje a la Habana.
Estos eran buenos amigos de Castro porque llevaban a cabo un inmenso negocio de exportación de pollos hacia Cuba, y aun lo hacen. (¡Agárrense con esta, granjeros avícolas de los EEUU!) Me preguntaron si quería ir con ellos. Castro había dicho que me quería conocer.

Me dije, "oye, ¿y eso es legal?" Pensé que lo mejor era revisar a ver y llamé al jefe de despacho del presidente Clinton, Mac McClarty. Mac y yo éramos viejos amigos porque su padre había sido mi consignatario de Ford en Hope, Arkansas.

"Puedes ir," me dijo Mac. "Solo no gastes dinero ahí. Es ilegal."

Los franceses tenían nave propia, un Falcon, y uno de ellos era piloto. Cuando mis amigos me recogieron en el aeropuerto de California, su avión estaba repleto de alimentos provenientes de Provence - pollos, jamones, pastelería, panes, quesos. Casi no había espacio ni para mi equipaje ni para mí.

Había estado en La Habana unas cuantas veces durante mis años de soltero. Había estado en el Tropicana. Vi a Carmen Miranda. Fumé puros. Hice de las mías. Guardaba muy gratos recuerdos de mi tiempo ahí. Pero al transitar por la Habana en 1994, el antiguo "parque de diversión" se veía un poco malgastado. No habían tantos vehículos por la calle, y la mayoría de estos eran viejas chatarras de Rusia o viejos Ford y Chevys que databan de antes de la era de Kennedy. Pero el Tropicana seguía con la misma fuerza. La vida nocturna de La Habana y sus bellas playas siguen atrayendo a turistas de todo el mundo - salvo desde los Estados Unidos.

Castro parecía estar contento de ver de visita a este hombre americano del mundo automotriz, y durante todo el tiempo de mi visita me trató como si fuera realeza. Me dijo que había leído todos mis libros. Francamente, el tipo me cayó bien. Es un hombre que había leído mucho y listo como nadie. Me explicó que había tenido mucho tiempo para leer durante su tiempo en prisión.

Castro me preguntó, "¿Cuándo fue la ultima vez que estuviste por aquí?" Le dije que había sido durante el último año de la dictadura de Batista.

Se echó a reír restándole importancia. "Ah sí, quieres decir cuando Cuba era el burdel de los EEUU. Todo se dirigía desde Miami, con Meyer Lansky y su pandilla. Drogas, juego ilícito, prostitución, corrupción. Por eso nos hacía falta una Revolución."

Castro fue un buen anfitrión, organizó par de excursiones. La más memorable de las cuales fue un viaje a cazar palomas. Una mañana nos levantaron a las 5 AM., nos entregaron uniformes de camuflaje y se nos pidió que nos reuniéramos en el comedor para desayunar a las 5:30 AM. Por un momento me pregunté, ¿nos estarán reclutando para el ejército de Castro?

¡Sorpresa! Durante el desayuno se nos informó que nos íbamos a cazar palomas. Nuestro destino era una isla escasamente poblada, notoria por el influjo de palomas. Castro se disculpó por no poder acompañarnos pero envió a su hermano menor, Raúl (ahora el presidente en funciones de Cuba) para que nos despidiera, y uno de sus principales generales nos acompañó. A las 6 AM abordamos un inmenso helicóptero ruso, que llevaba bandera cubana. El helicóptero llevaba una tripulación de seis, que incluía a dos sobrecargos, dos pilotos, y dos copilotos. Era el helicóptero más grande que jamás había visto. ¡Parecía un transportador de tropas!

Al expresar mi asombro, Raúl se sonrió y dijo, "Es un gran helicóptero, pero ya nos está costando mucho trabajo conseguir piezas de repuesto desde Rusia."
Eso me puso un poco nervioso. Durante el vuelo mi cabeza estaba más concentrada en la oración que en las palomas.

Castro también ofreció una cena en mi honor, y me sorprendí al ver que era nuestra propia comida la que nos fue servida durante la velada. Los alimentos franceses básicos como el caviar, el champagne, y el foie gras no se consiguen con facilidad en Cuba. Estuve sentado frente a Castro, y este nos agasajó con anécdotas. Teníamos un intérprete, pero él entendía mucho del inglés. Nunca me hubiera imaginado a Castro como un tipo simpático, pero recuerdo habernos reído mucho.

Ya cerca del fin de la cena sobre las once de la noche, Castro me llamó y me dijo que quería hablar conmigo a solas. Lo seguí hacia un Mercedes con chofer que había afuera y nos montamos en el asiento trasero. Salimos en la noche, y yo pensando carajo, estoy en un carro con Fidel Castro, conduciendo a velocidad relámpago por medio del campo. En lo que a mi concernía me podía haber estado secuestrando. Finalmente llegamos a su casa de campo, y nos sentamos afuera en el patio a conversar. Se nos sumó una jovencita extremadamente bella que nos sirvió de intérprete. Un joven permaneció a su lado. No me quedó claro si era un guardia, un ayudante o el valet de los tabacos. Cada vez que mi tabaco se me apagaba, se acercaba y me daba uno nuevo. Castro me explicó que un tabaco nunca se vuelve a prender. Cuando se te apaga, lo botas. Yo le dije, "Ah, si claro, para ti eso es fácil: tu eres el dueño de la fábrica!"

Castro ya no fuma tabacos. Me dijo que desde que la ONU le entregó la medalla por decir que el tabaco no era saludable, sintió que para sentar un buen ejemplo tenía que dejar el vicio. "¿Y no haces trampa nunca?" le pregunté un poco asombrado. Me aseguró que no hacia trampa.

Los Cohibas que estaba fumando eran su marca personal. Eran Robustos cortos y gruesos. "A ustedes los norteamericanos les gusta más los tabacos largos tipo Panetella," dijo Castro. "¿No saben ustedes que inspirar todo ese humo de un tabaco tan largo es malísimo para la salud?"

¿De qué quería hablar Castro? Política y negocios. ¿Qué otra cosa podría ser? El tipo estaba sediento de una conversación inteligente sobre los temas del estado del mundo.

Era obvio que estaba indignado con los soviéticos. Lo habían jodido. Lo habían dejado solo, atascado. Era solitario ser uno de los únicos países comunistas del mundo. Pero Castro hizo unas observaciones muy interesantes sobre la transición del comunismo hacia el libre mercado. En su opinión la Unión Soviética lo hizo todo al revés mientras que los chinos estaban dando en el clavo.

"Gorbachev lo hizo mal," me dijo. "Los soviéticos tenían que haber hecho los cambios económicos primero y luego botar a las comisarías políticas. Ahora Rusia no es más que corrupción y caos. En cambio en China los comunistas aun tienen el control. Mantienen el poder a la vez que van en una transición gradual hacia el libre mercado."

"Hablas como un maldito capitalista, Fidel," le dije. "Estás diciendo, arregla primero la economía y el orden social caerá por su propio peso."

Castro es un tipo muy provocador. "¿Que quieres traer para acá, la democracia o la prosperidad que ustedes tienen?" me preguntó. "Dime como hago la segunda. La primera no me interesa."

¿Qué le podía decir? Sí, pero es que tú eres un dictador. Si la gente se mete en tu camino ¿los puedes eliminar? Esa idea me la guardé, pero no creía que un mercado libre próspero podría coexistir con una dictadura.

"¿No estás del lado equivocado?" le pregunté.

Me dijo que quizás pero que la Revolución se había ido un tanto de la mano.

"Y bueno, ¿Qué esperabas de la Revolución?"

"No pensé que fuera a ser tan fácil," me dijo.

No quería sobrepasarme pero estaba curioso. "Fidel, llevo unos días aquí, y he visto lugares. Veo tu foto en todas las oficinas y en todos los edificios. Pero siempre me da la impresión que las fotos del Che Guevara están por encima de las tuyas - y que son más grandes."

Castro se encogió de hombros. "Para la juventud el es como un héroe de culto. El es el revolucionario por excelencia."

"Tu conociste bien al Che," le dije. "Eran cercanos. ¿Te puedo preguntar algo?"

Asintió con la cabeza.

"¿Por qué se fue el Che ha Bolivia, a hacer revolución, verdad?"

Otro asentimiento con la cabeza.

"Y en cuanto llegó a esa lo asesinaron. ¿Tuviste tu algo que ver con eso?"

Supongo que a Castro le asombrara mi atrevimiento. Vaya, que a mi mismo me sorprendió. "Lee," me dijo, "hemos estado hablando abiertamente, pero si esas son las cosas que te interesan, ¿porqué no le preguntas a tu propia CIA?"

Conversamos hasta las dos y media de la mañana, y lo disfruté. Creo que realmente conectamos el uno con el otro.

Al irnos de Cuba con un suministro de tabacos Cohiba (un regalo) empacado en mi valija, tuve la esperanza de que no sería mi ultima visita.

A mi regreso a los EEUU, llamé a McClarty.
"Mac," le dije. "Castro está listo para hablar."
"Quizás te haya lavado el cerebro," dijo Mac.
"No," le dije, "fue franco conmigo. Mira, nuestra política les está haciendo daño a los niños y los ancianos. Está haciendo mucho daño - ¿y por qué? ¿por ideologías?”

Me sentí frustrado por un tiempo después de mi visita tanto que pensé proponerme como voluntario y ser diplomático extraoficial ante Cuba. Pero a nadie le interesó la idea. Y a los trece años desde mi visita, aun seguimos sin hablar. ¡Que oportunidad perdida! ¿Qué hace falta para convencer a nuestros líderes que el camino hacia delante comienza con una conversación?
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