martes, marzo 20, 2007

LA IGLESIA MIRA A LA FAMILIA

LA IGLESIA MIRA A LA FAMILIA - (Cult. y Soc.02/07)
FABIO/CUBA
A propósito de una carta pastoral

La frase que abre este comentario corresponde a la más reciente carta pastoral del cardenal Jaime Ortega Alamino, arzobispo de La Habana, y está dirigida a orientar a los feligreses sobre el valor del tema de la familia y de algunas quiebras de esta piedra angular de la sociedad que motivan más de una preocupación en nuestros días. La trascendencia del tema se refleja en el interés que ha despertado la carta del máximo prelado católico de Cuba en lectores, incluso, al margen de los sentimientos o creencias religiosas. Y es que, para el cubano, la familia se ha mantenido mucho tiempo como un valor, tal vez para muchos el primero y más importante de todos.
La carta de monseñor Ortega ha tenido entre sus motivaciones algunos estudios demográficos y sociológicos que sustentan preocupación sobre el futuro de la familia en Cuba. Entre ellos se destaca el dato inquietante de que la mujer en la isla muestre cada vez menos disposición a la maternidad. Los análisis de la situación indican que los índices de natalidad se han reducido en los últimos decenios y ha llegado a imponerse un modelo de familia restringida, empobrecida en algunas de sus genuinas expresiones de humanidad, como la ternura maternal, la vitalidad de la juventud y la inocencia de la niñez.
En su carta pastoral, el cardenal Ortega reconoce algunos de los factores involucrados en la crisis de la maternidad y conocidos por todos, como la escasez de viviendas que impone a las familias complejas situaciones de convivencia, los salarios insuficientes, la emigración constante de mujeres en edad fértil. A todo ello, monseñor Ortega Alamino une la nueva condición de la mujer trabajadora, que desea lograr un desempeño más eficiente en el ámbito laboral, donde su rol como madre tiende a considerarse como un obstáculo a su desarrollo profesional.
En su difundido escrito, el pastor de la arquidiócesis habanera, además de los aspectos ya mencionados, fija su mirada de manera especial en el núcleo moral y espiritual del problema. El rechazo de la fecundidad se contrapone esencialmente al don generoso de la vida, cuando nos centramos en nosotros mismos y en nuestra propia conveniencia y tendemos a cerrar el paso a la maravilla de la creación que pugna siempre por fructificar y renovarse. Sin don de sí, no hay crecimiento, pues sólo el sacrificio de la semilla es el que garantiza que ésta germine en una nueva planta.
Los problemas mencionados, entre ellos las estrecheces materiales, influyen; pero es más bien en las crisis de valores familiares donde hay que buscar las causas profundas del problema. La escasa apreciación por el compromiso conyugal que ha elevado significativamente la proporción de parejas que desisten del matrimonio para optar por la unión consensual favorece la infidelidad y potencia que gran número de los matrimonios que llegan a realizarse terminen en divorcios, con sus secuelas de problemas emocionales en los hijos y en los propios padres divorciados.
Por otra parte, la práctica del aborto contribuye a depreciar la maternidad mientras que la alta proporción de matrimonios desechos asigna un papel desproporcionado a los familiares mayores, de manera especial los abuelos, en la educación de los niños, lo que socava gravemente la institución familiar.
Una solución en profundidad debe basarse en los valores que constituyen el patrimonio moral de nuestro pueblo. En cualquier cultura, el sustento más sólido para los valores morales es la fe religiosa y en esto radica el gran aporte que la fe cristiana puede hacer a la familia en Cuba. No debemos olvidar que la fe hace que el hombre y la mujer se crezcan como humanos en su papel de esposos y de padres.

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